Sobre los principios y los finales de novela
Algunas lecciones del Pseudo Groucho Marx y de Brandon Sanderson
Quise comenzar este post citando la famosa frase de Groucho Marx, «estos son mis principios, y si no te gustan, tengo otros», pero, según varias páginas web que he consultado, parece que Groucho Marx nunca dijo eso. De modo que me veo obligado a replantear el comienzo de esta reflexión, lo cual me viene como anillo al dedo pues de eso voy a hablar: de los comienzos y los finales en las novelas y de cómo muchas veces el final es lo primero y el comienzo llega de último, con la cual ya estoy adelantando las conclusiones a las que he querido llegar de entrada.
No recuerdo uno solo de mis cuentos o alguna de mis novelas en que no haya sabido desde el principio, desde antes de sentarme a escribir la primera línea, el final. Y apenas un segundo después de tener el final, surge el inicio. Que no es un inicio de suyo. Es la reverberación de esa imagen lejana, que me indica la posibilidad de una historia y que me invita a recorrer un camino, largo o corto, para llegar hasta ella. Es cierto que los procesos creativos varían según cada persona y que muchos escritores, algunos, incluso, de mis preferidos, afirman que para ellos escribir es como lanzarse a lo desconocido, sin saber muy bien qué va a pasar. Sobre este punto soy dogmático. No les creo. O están mintiendo, para reforzar la idea del genio, o no están prestando atención. Porque si prestaran atención a esa luminiscencia, que los guía como una luciérnaga en la noche, descubrirían que es un reflejo del final. Que todo es el final. Es cierto que el escritor suele ignorar cómo llegar a ese final, o, incluso, lo que signifique ese final y quiénes sean esos extraños personajes y situaciones que no conoce o que no reconoce aún. Pero eso es otro asunto. Lo que la mayoría de los escritores ignora al momento de sentarse a escribir una historia no es el final, sino el conjunto de circunstancias que los conducen a él. Ignoran la causalidad. Como en la vida misma. Solo sabemos que moriremos. Lo que no sabemos es cómo ni cuándo. ¿Por qué habría de ser distinto para la literatura?